España o el batiburrillo
ADMIRADO me tiene el señor Rodríguez Zapatero desde su intervención en el Senado en respuesta a una pregunta del senador Pío García Escudero. Bueno, rectifico: me tiene admiradísimo, porque admirado me tiene casi continuamente, que menos mal que la admiración no me hace abrir la boca un palmo porque entonces iría por estos páramos como un tragabolas.
Pues ahora resulta que este Zapatero que nos desgobierna no tiene claro el concepto de nación y de nacionalidad. Para él, ese es un concepto tan «discutido como discutible», y no lo tiene claro en su caletre, ni conoce su naturaleza, ni sus límites, ni su definición, ni su significado. Y trae la confusión del concepto hasta el objeto de su gobernación, de modo que la Nación española termina por ser tan discutida y discutible como el concepto histórico, social y jurídico de la nación y la nacionalidad al través de los siglos en la definición de los eruditos. Tóquese usted el níspero, don Agapito.
El presidente del Gobierno de España no se ha enterado de lo que gobierna/desgobierna y lo mismo puede creer que está gobernando un conjunto de habitantes unidos por historia común o tradiciones comunes y el territorio donde viven organizados políticamente bajo una Constitución, que gobernar una tribu, una manada, una pandilla o un colectivo, como dice el rojerío, instalado en una finca, un campo, una isla, un valle o «en las cuevas que hay en Graná». Tóquese usted de nuevo el níspero, don Agapito, y alíviese el pasmo con la lujuria, que aquí hay para rato.
Porque si el señor Zapatero no sabe si gobierna una nación, según el concepto que tenga un estudioso u otro, o gobierna una nacionalidad, o gobierna Jauja, la ínsula Barataria, el castillo de Irás y No Volverás o el País de las Maravillas, lo primero que tiene que hacer es despertarse del sueño, recuperarse del vahído, volver en sí y hacerle a doña Sonsoles la pregunta de rigor: «¿En dónde estoy, cariño?». Y de momento no pisar otra vez el Senado hasta que los médicos le den el alta porque ya se ve que en cuanto sube a la Cámara Alta se le va la cabeza, le da el vértigo y pierde el sentido.
El PP y García Escudero no han comprendido que hay preguntas que no se deben hacer al Zapaterito leré porque se le mete en un callejón sin salida y empieza a dar saltos hacia las azoteas. Si él se agarrara a la Constitución como quien se agarra al Evangelio y dijera que la Nación española está allí claramente definida como única e indivisible; si tuviera el valor político de decirles a los pocos, pero tercos, incordiantes de la independencia que se dejen de nacionalidades, països, autodeterminaciones, cosoberanías, delirios de pequeñez y otros subterfugios para romper esa unidad constitucional de España hasta convertirla en un mosaico, se le aclararían en el caletre y en su decisión de gobernante los conceptos que ahora tiene confusos. Y aprendería de golpe que para gobernar España la primera condición es que exista España. Tóquese usted otra vez el níspero, don Agapito, y vamos a esperar, usted, yo y todos los españoles, que este confuso Zapatero que no sabe lo que es una nación, no deje la nuestra hecha un batiburrillo.
ABC. 19 de noviembre de 2004
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