17 junio, 2007

Las promesas electorales

Como a nuestros políticos les dé por cumplir con puntualidad y escrúpulo todas sus promesas electorales, estamos frescos y saca la bota María. Los socialistas le han pedido a Ibarreche, con buenas maneras, por supuesto, que reconsidere el Plan que lleva su nombre y que lo adapte al estilo catalán, o sea, a la cuchipanda de Maragall con el tripartito. Ibarreche ha respondido muy educadamente que no le sale, y que va a mantener el Plan Ibarreche, que es una promesa electoral, igual que Zapatero ha mantenido la retirada de las tropas de Iraq. Se trata del mismo «talante» aunque con acciones contrarias. Zapatero retira las tropas mientras Ibarreche mantiene las posiciones del Plan. Lo importante para él es que las promesas electorales se cumplan.

La promesa electoral de abandonar los compromisos con Estados Unidos para echarnos en brazos de Francia y Alemania ya ha empezado a dar sus frutos. La Constitución europea nos rebajará los votos y disminuirá el peso de España en las decisiones de la Unión. Enflaqueceremos unos quilos, pero con las promesas electorales cumplidas. Y a la ministra de cuota Elena Espinosa, que lo es de Agricultura y Pesca, le han dado ya la primera enhorabuena: han dejado nuestro algodón a la luna de Valencia y el aceite de nuestros olivares, el oro de España, lo ponen con el culo en las goteras. O sea, que a más producción, los mismos euros. Como esto termine en que yo pierda mi asignación terapéutica de aceite de oliva extravirgen de Osuna, esta ministra de cuota me oye.

Total, que en vez de producir aceite lo que tenemos que hacer es matar los olivos como si fueran el árbol de Guernica. Yo creo que quien se ha cargado el árbol de Guernica ha sido Arzallus a fuerza de agitarlo fuertemente por ver si de sus ramas caían nueces. Y es que no se pueden pedir peras al olmo ni nueces al roble. Ni prudencia a Arzallus, aunque el exilio lo tiene callado durante una temporadita.

Volviendo a las promesas electorales, mi viejo y querido profesor don Enrique Tierno Galván tenía toda la razón y ofreció un buen consejo cuando dijo que las promesas electorales se hacen para no cumplirlas. Hay muchas promesas electorales que lo mejor que se puede hacer con ellas es no cumplirlas. Claro está que mi viejo y querido don Enrique era un sabio de la escuela cínica y el único socialista que había leído con idéntica atención lo mismo a Marx que a Maquiavelo. En cuanto «estos chicos», como él los llamaba, sigan cumpliendo sus promesas electorales, deroguen la Ley de Calidad de la Enseñanza y den en las aulas el aprobado general, empiecen a despilfarrar los ahorros, a convertir los Estatutos de Autonomía en constituciones soberanas, a tirar la casa por la ventana y a España por el balcón, y a usar el rodillo parlamentario mientras exaltan el diálogo y el consenso, ya estaremos instalados en el ideal «gobierno de progreso».

Porque estos socialistas nuestros, mucho hablar de diálogo, pero en cuanto se han enterado de que Aznar ha dialogado con Bush, mandan por delante a Pepiño Blanco para que le llame «chivato» y «desleal». Y Pepiño va y se lo llama. Eso es un hombre.

ABC. 23 de Abril de 2.004