19 junio, 2007

La leyenda del beso

ANA Botella ha celebrado su entrada en la política, su bautismo de mitin, besándose con la oposición. Besándose honestamente, se entiende. Roce ligero de las mejillas y saludo terminado. Tampoco era necesario extremar la afectuosidad. «Que se besen, que se besen», gritaba el personal como los invitados a una boda. Y ante el requerimiento entusiasta de las bases, el señor Zapatero, el Zapa, o sea, y la señora Botella se besaron. Nace así una nueva leyenda del beso. A partir de ese momento, las relaciones entre Gobierno y oposición han experimentado alguna mejoría. Dicen que la actitud del Zapa en relación con el desastre de Galicia se ha humanizado, y el jefe de los socialistas le ha ofrecido a Aznar su colaboración en vez de su demagogia.

Hay que ver lo importante que puede ser un beso. Ya lo dijo el poeta, que los poetas son aquellos seres despistados que, sin embargo, todo lo ven antes que los demás. A ver si me acuerdo. «Por una mirada, un mundo, por una sonrisa un cielo; por un beso, qué sé yo qué te diera por un beso». Claro está que el poeta se referiría ahí, digo yo, a un beso de amor, y los besos en la política no suelen ser de amor. Amor y política no suelen ir unidos. Los besos en política son de traición, como el beso de Judas, «aquel a quien yo bese es el señalado: prendedle», y en algunos casos extremos son besos terribles como los besos de los mafiosos, «aquel a quien yo bese es el que debe morir».

De todas formas, hoy el beso ha perdido su vieja significación, tanto de amor como de traición o de muerte, y se ha convertido en el saludo normal y general entre las gentes. Hoy los caballeros besan a la señora, no en la mano, sino en ambas mejillas, y también se besan entre ellos, incluso en Celtiberia, costumbre que antes estaba reservada al saludo entre italianos y que provocaba la guasa de los batuecos y carpetovetónicos. Los que más se besan ahora son los futbolistas, que llegan al besuqueo descarado cada vez que uno de ellos mete un gol, y también entre guardias civiles, que ya hay parejas que se besan en la boca y aspiran a cama y alcoba proporcionadas por el Cuerpo.

Eso de que la española cuando besa es que besa de verdad es algo que pertenece a las tinieblas del pasado, una lacra de la España profunda. Las españolas casi siempre besan de mentira, y cambian besos con los españoles o con los extranjeros con la misma indiferencia con que se besan entre ellas, rozándose los pómulos con cuidado de no desmaquillarse. Si uno intenta besar a una señora en la mano, lo más corriente es que la señora te mire como si fueras un aprovechado rijoso, un degenerado o como si estuvieras de cachondeo versallesco.

Lo que todavía no se ha impuesto en el saludo social entre dama y caballero, ni entre Gobierno y oposición, es la nalgada inmediatamente posterior al beso, como se estila entre los deportistas. Beso y nalgada. A mí, como soy de la generación antigua, niño de la guerra y todo eso, lo del beso y la nalgada entre maromos me parece una insinuación de monfloritas. En cambio entre chorbo y chorba es una consideración «de género», galante y lujurioso maltrato.

ABC. 6 de diciembre de 2002

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