Los intelectuales
HAY que ver la cantidad de sujetos y sujetas, jóvenes y jóvenas, maromos y chais que van por el mundo con la pretensión de ser reconocidos como intelectuales y llamados así, con dos bemoles, intelectuales, o sea, gente que trabaja con el intelecto y que cultiva la ciencia, el pensamiento, la literatura y por ahí. Luego, resulta que no, que no trabajan con el entendimiento, sino que viven por sus manos, quizá artesanas, por su voz, quizá acordada, por sus pies, quizá bailables o repitiendo saberes aprendidos. Y en algunos casos no trabajan en nada. Son intelectuales en paro o aproximaciones de intelectual infatigables para el descanso.
Extraña ese empecinamiento de algunos seres humanos por llamarse «Intelectual», porque el intelectual de verdad suele llevar una vida de trabajo oscuro, casi solitario, de mucha responsabilidad y poco brillo, y además, su economía no le permite el desahogo, sólo le llega para un mediano pasar y para una instalación en la vida lindante apenas con el decoro. Se necesita mucha entereza y mucho desapego de los bienes materiales para seguir la vocación de intelectual. Y más cosas: una inteligencia superior, austeridad, desprecio del éxito y la dosis de soberbia imprescindible para desdeñar la felicidad de los vulgares.
Bueno, pues de pronto, en algunas situaciones singulares, el foro de la política, el corro del arte o el salón de la vida social se puebla de «intelectuales». Esos intelectuales firman manifiestos, salen en manadas, argumentan con pancartas, discurren a gritos. Hay gentes que son, por ejemplo, habituales del ejercicio del «abajofirmante». Uno lee un manifiesto firmado por unas docenas o unos cientos de abajofirmantes, y apenas sí encuentra entre las firmas dos o tres personas conocidas por su actividad intelectual o aproximada. Allí encuentra uno las firmas de Perico de los Palotes, Fulano de Tal, Mengana de Cual, la Maricuela que se tapaba y se dejaba el culo fuera, Antón Perulero, el Bobo de Coria, Ambrosio el de la carabina, Bartolo con su flauta, Benito el de la purga, Rita la cantaora, Mateo con su guitarra, María Sarmiento, Pedro por su casa, Abundio el del gerundio, el maestro Ciruela y siguen las firmas.
Los políticos tienen cierta alergia a estos «intelectuales» de manifiesto y manifestación sin darse cuenta de que el intelectual verdadero jamás actúa en manada y es un lobo solitario del pensamiento. Las peleas y los recelos entre políticos e intelectuales vienen de lejos, y a veces son tal para cual. Nuestra izquierda política es mucho más viva que la derecha en apropiarse de la opinión de estos intelectuales de manifiesto. Juan Aparicio, jonsista, decía que ellos eran «actuales» frente a los intelectuales. En el tardofranquismo aparecían muchos manifiestos de intelectuales, naturalmente de izquierdas. Y el ministro Solís preguntó una vez al filósofo Muñoz Alonso qué es un intelectual. «Ministro, un intelectual es el que no hace esa pregunta». Si alguien cree que digo todo esto al hilo del carnaval del «No a la guerra», acierta. También lo digo por eso.
ABC. 7 de febrero de 2003
Etiquetas: 2003, Titiriteros
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