19 junio, 2007

La hidra etarra

ACABAR con la «Eta» es tan laborioso como uno de los Doce Trabajos de Hércules, el de matar a la Hidra de Lerna. La pelea de Hércules con la Hidra de Lerna la tienen ustedes en el Prado, pintada por Zurbarán. Aquella terrible serpiente de Lerna tenía siete cabezas. Cuando Hércules le cortaba una, en el mismo lugar le salían dos. Así no había manera de acabar con la Hidra, que cada vez tenía más cabezas. Hércules tuvo que pedir ayuda a su sobrino, y el sobrino iba quemando las cabezas a medida que el héroe las cortaba, y ya no volvían a salir.

Aquí, tenemos prohibido por los dioses legislativos quemar las cabezas de la Hidra etarra, y cuando le cortamos una le sale otra. No sólo eso. A veces, los jueces dejan en libertad la cabeza de la Hidra, que así se vuelve a colocar donde estaba. Ya que no se le puede quemar la cabeza a la serpiente, lo menos que puede hacerse es que cumplan sus condenas enteras y verdaderas, durante todos los años que les caigan o hasta que Dios los tenga en esta vida y nosotros los tengamos en la cárcel. Eso es lo que prometió José María Aznar en sus promesas electorales, y eso es lo que hasta ahora no se ha cumplido. ¿Por qué?

La justicia, aquí, en esta «Lerna» de la Hidra, está llena de jueces y juezas simpáticos y complacientes, que dejan libres las cabezas de la Hidra después de siete, ocho, diez o doce años, cuando han sido condenadas a doscientos o trescientos. Pues, toma Hidra. Ahora, han descabezado a la serpiente, tres meses después de cortarle la cabeza que tenía antes, pero vamos a ver lo que duran las dos cabezas encerradas en la celda correspondiente. Los etarras que mataron al guardia civil Antonio Molina habían sido detenidos y puestos en la calle. Y la Hidra se había regenerado.

Los legisladores y los jueces que permiten esa regeneración de cabezas devoradoras merecen que la Hidra les dé, al menos, masculillo. Me escribe un lector y me dice que el otro día agoté las palabras castellanas compuestas que de una manera o de otra significan tontaina o pardillo. No, no, ni mucho menos. Así, a bote pronto, recuerdo algunas de las muchas que me dejé sin citar y que pueden ser aplicadas a los legisladores y jueces que ponen en la calle a los etarras para que vuelvan a matar: pinchaúvas, cascaciruelas, pelagatos, comemierda, pisahuevos, pichafría, lameculos, destripaterrones, culipavos y pedimelindres. Seguramente son espíritus apocados y cobardicas, de esos a los que Camilo José Cela gustaba llamar cagapoquito.

De poco sirve que Hércules se pase la vida cortándole cabezas a la Hidra si después llegan los legisladores y se cogen la ley con papel de fumar, y más tarde entran en danza los jueces y al más compasivo estilo de Ruth Alonso ponen en la calle a los asesinos y, hala, que sigan matando a los ciudadanos de Lerna y países adyacentes. Ya que no se puede llamar al sobrino de Hércules para que queme las cabezas de la serpiente, al menos que las mantengan en la jaula «hasta que se pudran», que es lo que decía entonces José María Aznar. Pero ya avisó el Viejo Profesor que las promesas electorales se hacen para no cumplirlas.

ABC. 12 de diciembre de 2002

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