28 junio, 2007

Los pacifistas

YO no quiero la guerra, mi mujer no quiere la guerra, mis hijos no quieren la guerra, mi suegra no quiere la guerra, la inmensa mayoría de los españoles no quiere la guerra, Europa no quiere la guerra, el mundo no quiere la guerra, el Papa no quiere la guerra. Y, sin embargo, la guerra parece cada día más cercana, más segura, más irremediable. El Ejército norteamericano se prepara para la guerra, Sadam Husein anuncia que ganará la guerra, los gobernantes de los países más poderosos de la Tierra ponen algunas condiciones para declararse a favor de la guerra. Sube el precio del oro, que es un síntoma antiguo e invariable de la proximidad de la guerra. La guerra se nos viene encima.

¿Pero, bueno, aquí, quién quiere la guerra? Porque hay un pacifismo de ocasión, un rojerío aprovechado de palomas picasianas que acusa a Bush y a Norteamérica de querer y preparar una guerra caprichosa, o mejor dicho, provechosa. Se les oye gritar a estos pacifistas de conveniencia y no parece sino que se esté cociendo una guerra injusta de ricos contra pobres, de crueles contra inocentes, para arrebatar por la fuerza a los pacíficos iraquíes sus pozos de petróleo, la única riqueza que poseen. Bush, como antes su padre, como Reagan, como los demás «césares» del «Imperio», actúan como cuatreros prepotentes y matones que le roban el caballo al pobre vaquero tranquilo y silbador.

No parece, digo, sino que Sadam Husein sea un gobernante sin ambiciones desaforadas, amigo de la paz, padre justo de su pueblo, dispensador de libertades, educador para la democracia, vecino respetuoso de sus vecinos, miembro cordial en el concierto de las naciones. Y de repente, llega Bush, el prepotente cowboy armado hasta los dientes, con su tropa de mercenarios y con todo el dinero del rancho grande, y se dispone a organizar una guerra cruenta y terrible, en la que todas las víctimas caerán sólo de una parte, con el propósito de robar el petróleo, esa sangre negra del gigante del poder en el mundo de hoy.

Y entonces llegan los pacifistas profesionales de ocasión, sólo de una ocasión, y ponen el grito en el cielo. Y naturalmente, todos los que amamos la paz y los que deseamos que los hombres resuelvan sus contenciosos por las buenas y no por las malas, nos ponemos a pedir la paz, a esperar la paz, a desear la paz. Y se pone uno a mirar la Historia, y recuerda que fue este Sadam Husein, el que esconde sus armas terribles y el que anuncia la victoria en una guerra terrible, el que invadió Kuwait y desencadenó la llamada Guerra del Golfo. ¿Fue él o no, señores pacifistas de ocasión? ¿Fue Sadam Husein quien desató aquella guerra o fue un Bush americano, tan poderoso como prepotente? ¿Fue otro Bush, esta vez hijo, quien echó abajo las Torres Gemelas para tener pretexto y dar ocasión a la guerra?


Es curioso. Pero hay pacifistas que sólo claman contra la guerra cuando los hombres o los países han de defenderse. Son los mismos que claman contra la policía cuando detiene a los delincuentes y claman contra la Justicia cuando castiga a los criminales. Son esos pacifistas que brotan como hongos cuando la violencia desata la violencia.

ABC. 19 de enero de 2003

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