24 junio, 2007

Apoteosis al desnudo

ESTAMOS viviendo la glorificación del desnudo. Casi como en el Paraíso. Además de las playas nudistas, salen jais y maromos en pelota picada por todos los secanos y todos los regadíos. Salen a la calle manifestantes con el bolo colgando y manifestantas con el silogismo a la intemperie. Los desnudos invaden el cine e incluso el teatro, saltan a la pantalla de las televisiones, conquistan las páginas de las revistas ilustradas, las exposiciones de pinturas y fotografías, los cómics, y no digamos nada del internet. Está uno leyendo púdicamente un informe sobre la vida del cangrejo de río, y de pronto, sin previo aviso del ¡agua va¡, empiezan a salir titis en cueros y tarzanes sin taparrabos haciendo posturas o escenas del Kamasutra.

El desnudo integral es en estas calendas la manera más atractiva de protestar. Tan pronto como alguien siente alguna contrariedad, se ve asaltado por la tentación de enseñar lo que antes se llamaba «las vergüenzas». Cuando la gente quiere cargarse, por ejemplo, una ley, se va delante del Parlamento y allí se muestra al legislador y al paseante en Cortes solamente cubierta con su descontento o su vindicación. Los fotogramas y las escenas filmadas de los anuncios publicitarios muestran generalmente un semidesnudo o un desnudo insinuado. Hasta la moda del vestido se ha convertido, no en otra manera de vestirse, sino en otra manera de desnudarse. Hay tíos que saltan en cueros al césped durante un partido de fútbol y hay tías que se sientan desnudas en las gradas. Hace años, en los festivales cinematográficos de Cannes siempre había una aspirante a actriz que salía desnuda del agua, como Venus, en un momento anunciado previamente, y allí estaban los guardias con un albornoz, esperándola. Ahora, no habría bastantes guardias para acudir con albornoces.

Después del éxito obtenido con la exhibición gráfica de las ministras en «Vogue», cabría pensar en la organización de un Full Monty de personajes con cargo político. Podríamos organizar un debate Gobierno-Oposición, o un encuentro femenino versus masculino, con todos los protagonistas desnudos. O bien otro «posado» de ministras pero en el que las estilistas de «Vogue» las hubiesen dejado sin ropa. Naturalmente, habría que darle al acontecimiento cierto carácter artístico-cultural y que las poses de las ministras estuviesen inspiradas en obras de arte, pinturas y esculturas, famosas.

Por ejemplo, a la ministra de cintura más adecuada, podrían tenderla en la posición de la Venus del Espejo, de Velázquez. A las más rollizas se les podría recomendar que formaran un corro como el de las Tres Gracias de Rubens, que es un pintor que amplía. Quizá alguna se atreviera con la Maja Desnuda, aquella duquesa de Alba a la que Goya destapó el ombligo. Se hallarían fácilmente tres modelos para las demoiselles de Avignon (que en realidad son de Aviñó). Y a la jefa se la pondría en pie, alta y soberbia, dominando a todas las demás, como la Venus de Botticelli. Debemos avanzar en pelota por el camino del progreso.

ABC. 19 de septiembre de 2004

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