La explosión de las urnas
LAS urnas también han estallado. Porque esto que ha sucedido ayer no se puede definir como un vuelco. Ha sido una explosión. En las últimas horas ya se podía intuir un cambio muy apreciable en la tendencia de voto, pero no parece que nadie se atreviera a aventurar un cambio tan espectacular como se ha producido a la hora en que escribo estas líneas de urgencia, con más de un ochenta por ciento de votos escrutados. Es lógico pensar que los cambios hasta las cifras definitivas serán irrelevantes en el dibujo esencial del Parlamento, de difícil solución por otra parte.
Estas elecciones han sido sin duda las más atípicas y anómalas de la historia de nuestra democracia. Pocos días antes de que los españoles nos acercáramos a las urnas, las ocas sagradas, o sea, los sondeos electorales señalaban que el Partido Popular se encontraba ocho o diez puntos por encima del Partido Socialista e instalado en una mayoría absoluta más o menos holgada. De ahí se ha pasado en veinticuatro horas a unas cifras que indican la pérdida clara de las elecciones por muchos votos y muchos escaños.
La masacre del jueves 11-M ha destrozado también aquella mayoría absoluta que andaba sólo en la predicción de los sondeos. La campaña de la izquierda se apresuró a convertir el atentado y la incertidumbre de su autoría en un castigo de los islamitas de Al Qaeda por la actitud de nuestro Gobierno en la guerra de Iraq, y en un encono de su reproche del pueblo por lo que llamaban la sumisión de España ante Estados Unidos y el servilismo de Aznar ante Bush. En la grandiosa manifestación del viernes ya aparecieron pancartas alusivas al «No a la guerra» con el propósito indudable de convertir el rechazo al terrorismo en una continuación de aquellas manifestaciones en las que Zapatero y Llamazares llevaban, juntos, las pancartas.
Al día siguiente, llegaron los acosos ante las sedes del Partido Popular, las algaradas donde prevalecían los gritos de «Asesinos, asesinos», y las manifestaciones de los líderes socialistas y comunistas, convocadas por organizaciones de la extrema radical desde los teléfonos celulares, que hicieron de la jornada de reflexión un tiempo para las acusaciones falsas y las concentraciones partidistas. Ni siquiera cesaron esas muestras de hostilidad cuando los líderes populares se acercaron a las urnas, y tanto Aznar como Rajoy tuvieron que votar bajo una descarga de insultos. Pero esto ya no es historia de urnas sino de tribus. En cambio, Zapatero mostraba la cara serena, amable y civilizada de unas elecciones ejemplares. No se puede negar que la estrategia podrá parecer cínica y detestable, pero ha sido eficaz.
Enfrente, los socialistas han encontrado la seriedad responsable de un ministro del Interior que daba información constante acerca de la autoría del atentado mientras era tercamente acusado de todo lo contrario, y sobre todo una campaña plana y falta de cualquier entusiasmo. El PP se ha comportado en esta partida electoral como la ciudad alegre y confiada. Dicen que de las urnas, a veces, salen sapos y culebras. Para el PP, en este caso, han salido dragones y dinosaurios. Y para el Partido Socialista, el Hada madrina.
ABC. 15 de marzo de 2004
Etiquetas: 11-M, 2004, Elecciones 2004
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