20 junio, 2007

Bendita agua

TENÍA razón Tales de Mileto. El agua es el principio de la vida. Donde hay agua nace la vida, y donde no la hay, muere. Además, el agua es hermosa. «El agua es la cosa más bella del mundo», decía el milesio, y seguramente también tenía razón. Lo que sucede es que a veces da disgustos. Los cielos dicen ¡agua va! Y los ríos se salen de madre, se desmadran. El disgusto más gordo que el agua dio a los hombres fue el Diluvio Universal. Menos mal que Noé fabricó el Arca, y allí nos salvamos todos. Ahora, en vez de fabricar el Arca, tendríamos que fabricar más canales y más pantanos de los que fabricamos. Los contemporáneos de Noé se reían de él cuando estaba construyendo el Arca («¿qué, Noé, todavía no has terminado la arqueta?»), y hoy se ríen muchos de Franco porque construía pantanos.

Los españoles hemos sido perezosos para ordenarlo todo, pero sobre todo para ordenar el agua. Nos hemos dedicado mucho más a bendecirla que a ordenarla. Y así hemos llegado al siglo XXI sufriendo inundaciones y riadas y viendo cómo avanza la desertización por los secarrales del sureste y mete el desierto en los vergeles, o sea, lo contrario de lo que hace Israel, por ejemplo. Cuando se pasen estos días de alarmas y de tribulaciones, tal vez harían bien los aragoneses en reflexionar más sosegadamente acerca de lo que se puede y debe hacer con el río Ebro, es decir, cómo aprovechar mejor las aguas caudalosas y benditas que nacen en Fontibre y mueren en Tortosa.

El Plan Hidrológico Nacional debe llevar a Aragón la certidumbre de que jamás las márgenes del Ebro sufran las crecidas desoladoras del río. Hay que evitar las pérdidas y los peligros del desbordamiento de aquellas aguas la arteria ibérica más importante de la vertiente mediterránea. Al mismo tiempo, habría que ordenar el río de tal manera que puedan ser regadas todas las tierras aragonesas donde llevar el agua sea una empresa factible y rentable. Y una vez exigidas y logradas esas dos circunstancias, deberían dimitir algunos aragoneses de su terco e irracional combate al Plan Hidrológico. Seguramente, esos aragoneses que se oponen a un proyecto tan beneficioso, también se habrían reído de Noé cuando construía el Arca.

Aragón tiene tierras secas y huertos frondosos. Necesita el agua y necesita prevenir la avenida del agua. Mi tierra murciana tiene más de lo mismo: secanos fertilísimos que esperan la bendita agua, principio de vida, y jardines que muchas veces fueron arrasados por el aluvión, que se llevaba cosechas, árboles, barracas huertanas y vidas. Hay lugares donde todavía se riega o se regaba con los mismos cauces que abrió el árabe en los tiempos en que el aragonés Jaime I reconquistó aquello para su yerno Alfonso X. Los aragoneses se entraron por allí, y los murcianos todavía componemos el diminutivo en «ico», decimos «zarangollo» como en la fabla y bailamos una jota suavizada por ese Mediterráneo que nos trajo la suavidad elegante de Grecia, las danzas de las canéforas y las palabras de Tales, hijo de fenicios, que es como Valle-Inclán llamaba a los catalanes. Y es que todo es España, hermanos.

ABC. 10 de febrero de 2003

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