20 junio, 2007

Vaya con la pantalla

NO sé cuál de ellas anda peor en estos páramos y en estas calendas. Aparte usted la vista de la pantalla pequeña para fijarla en la grande y se le caerá el alma a los pies. Si estos retroprogres del cine supieran al menos hacer cine, podrían luego explicarle a Bush cómo tiene que gobernar los Estados Unidos y cómo tiene que arreglar Aznar lo del vertido del Prestige y lo de la guerra con Irak. Hay países que van en berlina y cuyos gobernantes no necesitan consejo alguno, porque a Fidel Castro, a Sadam Husein y a Hugo Chávez los progres nunca les explican nada. Cuando aprendan a hacer cine, podrán también explicar cómo tienen los ingenieros que hacer los puentes y cómo tienen los cocineros que hacer el bacalao al pilpil. En cambio, así es inevitable recordarles a estos chicos lo de zapatero a tus zapatos.

Pero lo que sucede es que del cine español salen una película buena y ciento malas. La película buena sale cuando se deciden a hacerla Berlanga ¡todavía!, Garci, Almodóvar y cuando a un par de directores más les suena la flauta por casualidad, o sea, de higos a brevas. Esto es triste, pero verdad, y reconocerlo y repetirlo es ya una manera de ponerse a remediarlo. Algunos genios de los llamados «cineastas» siempre han dicho que la culpa de la pobreza y desolación que sufre el cine español la tiene el Estado, que no empuja. La verdad es que el cine siempre ha tenido la ayuda de la «cuota de pantalla» y las subvenciones. En estos momentos, el cine español recibe una mamandurria de treinta millones de euros, que son unos cinco mil millones de viejas pesetas. Mucho más que a la falta de generosidad del Estado, habrá que echar las culpas a la pereza de los espectadores a pasar por taquilla cuando «echan» películas españolas.

Y encima de la ausencia de talento y de imaginación, las gentes del cine han dejado que la política, y sobre todo, la política del resentimiento, la mezquindad y la cutrería se apoderen de los guiones y de las cámaras. Guionistas y directores están empeñados, no en hacer cine bueno, sino en hacer política mala. Claro está que se puede hacer cine y defender una idea política, social, ética o religiosa. Eso también sucede con el teatro o con la poesía, y si me apuran mucho con el arte más puro que existe, que es la música. Pero para hacer eso, el cine tiene que ser bueno y la idea tiene que ser limpia, grande y noble. Roja, verde, azul o blanca, pero limpia, noble y grande. Si la idea es sucia, parcial, baja y despreciable, y la película es perversa y, en el mejor de los casos, mala, como sucede aquí, hay que decir lo que dicen los espectadores batuecos: que vaya a verla su padre.

Si a las rencillas normales y sólitas en estas profesiones relacionadas con el arte y la literatura, además de con la industria, se añaden las querellas, nostalgias y resentimientos de la política, entonces el producto que sale resulta, sencillamente, deleznable, detestable y desechable. Y las fiestas que debieran ser de celebración, reconocimiento y homenaje, terminan por ser una entrega de los Premios Goya. O sea, lo que hemos visto.

ABC. 4 de febrero de 2003

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