20 junio, 2007

Zapatero y Gila

Apareció Zapatero en televisión bien trajeado y compuesto, recién salido del sastre, corbata de estreno, palabra sosegada y buenos modales dialécticos, lo cual se agradece para descansar, aunque sólo sea un rato, de la cochambre al uso y del desaseo a la orden del día. Y como Ernesto Sáez de Buruaga preguntaba con cortesía y comedida intención, el entrevistado reiteraba sus aprendidas razones, ya muy ensayadas en el Parlamento, y lograba hacer algunas cómodas excursiones por la tangente, si no por los cerros de Úbeda, sin que el entrevistador le acosara demasiado ni le trajera de nuevo a la dificultad de la respuesta. Nada extraño, por otra parte, porque casi todos los entrevistadores de hoy renuncian a la repregunta, que es la pimienta de cualquier entrevista.

Nada nuevo. Argumentos para convencer a convencidos, mil veces explicados y mil veces rebatidos sin que ninguna de las partes logre conmover las posiciones de la otra. Zapatero se asía una y otra vez a lo que tiene para defender sus posiciones: la votación en el Consejo de Seguridad, la petición de tiempo de los inspectores de la ONU, la resistencia de Francia y Alemania, la falta de legalidad, la prepotencia de la fuerza de las armas, etcétera. Y dejaba de lado las objeciones: los doce años de advertencias legales, las unanimidades anteriores del Consejo de Seguridad, la función de los inspectores, que no es la de descubrir, sino la de comprobar, la autorización de Francia para que sobrevuelen su suelo los terribles B-52, el permiso de Alemania para la utilización de sus bases, los precedentes de Kosovo y del propio Iraq, etcétera. O sea, el cuento de la buena pipa.

Lo más preocupante de la posición política de Zapatero frente al suceso luctuoso y terrible de la guerra, es que sigue aferrado a la idea de que José María Aznar tiene la responsabilidad de los combates, de los bombardeos, de los muertos, de los heridos, de los niños destrozados y de las mujeres mutiladas. El que tiene la culpa de la guerra es Aznar. Como un Fray Gerundio metido a político, Zapatero se ha construido un maniqueo (un teleñeco) con el presidente del Gobierno y se divierte sacudiéndole cachiporrazos como un Cristobita. Habla de la masacre humana que producen los terribles bombardeos aliados y de las víctimas civiles, doce, quince, veinte. Cada vida perdida es irreparable y una catástrofe por sí misma. Pero si se cuentan los muertos, hay que contar también las más de doscientas mil víctimas civiles que ocasionó el bombardeo sobre Hamburgo ordenado por Stalin.

Pero hay otra frase que sería cómica si el motivo no fuese trágico. «Que Aznar detenga la guerra», pide Zapatero, como si Aznar fuese el administrador único del rayo de Júpiter. Porque no se trata de desear, como han hecho los franceses, que los aliados obtengan una victoria cuanto más rápida, mejor, sino de echar muertos sobre los hombros del «belicista» Aznar. Me he acordado irremediablemente de Miguel Gila y sus guerras desde el teléfono. «Oiga, ¿es el enemigo? Bueno, pues que pare la guerra, que ahora vuelvo».

ABC. 3 de abril de 2003

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