El socio Ibarretxe
Lo que Ibarreche (o Ibarretxe) quiere es no ser España, sino socio de España. Quiere que España tenga el socio vasco igual que tiene al vecino francés, al hermano portugués o al moro amigo, que ahora es un decir. Quiere ser socio de España cuando es España misma desde los primeros vagidos de España. En aquellos años, cuando los españoles nos conquistábamos unos a otros, es posible que algunos conquistaran a los vascos, pero también los vascos conquistaban a los demás. Con los ejércitos de Sancho el Mayor ayudaron a conquistar casi todo lo que hoy es España. Lo que quiere Ibarretxe es un despropósito, claro, porque quiere asociarse consigo mismo. Antes de que Ibarretxe se asocie con Ibarretxe, el propio Ibarretxe tendría que disociarse de Ibarretxe. Eso es todavía más chusco que divorciarse de la mujer con el propósito de casarse con ella.
Me parece que tengo dicho que cuando la estrella, el lucero, el cometa o el meteorito Ibarretxe apareció en el firmamento político de España, de España, de España, de España, alguien me dijo que se trataba sin duda de una buena persona, de un hombre inteligente y de un sujeto laborioso y cortés. «Lo que pasa -añadió- es que cree que no es español». Quizá sea una definición demasiado rotunda. Yo creo que es un español que quiere dejar de ser español para demostrar luego que es español porque le da la real gana de serlo, y que puede dimitir de español en cuanto le pete o se le contraríe en algo. Esa es, por cierto, una manera muy española de ser español.
Pero todo eso, allí, en el País Vasco, o mejor dicho aquí, en el pedazo español llamado Vasconia, hay gente que hace de ese capricho cuestión de principios y lo lleva a sus últimas consecuencias, y sus últimas consecuencias son las de admitir la violencia como medio de lograrlo. O sea, que quieren que eso sea así, por las buenas o por las malas. Sobre todo, cuando no lo logran por las buenas, aceptan las malas, y entonces ya no hay manera de saber, por las buenas, lo que la gente quiere. Ibarretxe, claro está, habla de referéndum, o sea de las buenas, de las urnas y los votos. Pero es que, mientras exista terrorismo en el País, es decir, mientras no se extirpen las maneras violentas y criminales, no sabremos lo que dicen las urnas. El miedo las hace engañosas o las deja tan desiertas como la plaza de la Vergüenza de Leiza.
Los nacionalistas vascos plantean una falacia. «Busquemos una solución política al terrorismo». Y eso es una falacia porque mientras exista terrorismo, la solución política se hace imposible y siempre estará viciada de presión, de miedo y de violencia, de «vis» insoportable. Para hablar de soluciones políticas a las discrepancias o a las propuestas de unos o de otros, lo primero y lo más necesario es que callen las pistolas y enmudezcan las bombas. En medio de ese estruendo las palabras ni se escuchan ni tienen valor definitivo. Para negociar en libertad, que Ibarretxe empiece por ayudar a terminar con «Eta».
ABC. 28 de septiembre de 2002
Etiquetas: 2002, Ibarretxe, Nacionalismo
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