20 junio, 2007

Pacifismo contemplativo

UNO de los varios aciertos expresivos de José María Aznar durante su intervención de ayer en la Cámara de Diputados fue ese de calificar el pacifismo abstracto, idealista y platónico de la izquierda española en esta hora como «pacifismo contemplativo». Claro está que lo más importante de la intervención de Aznar, tanto en la exposición inicial como en la réplica tras los discursos de los portavoces, no reside en los aciertos expresivos, que los tuvo, sino en la solidez irrefutable de su argumentación de fondo.

A fuerza de escuchar estos días las voces demagógicas en tonos más o menos suaves o destemplados, termina uno por olvidar la realidad más evidente. El antinorteamericanismo («antiimperialismo» le llaman los organizadores de la gala de los Goya) de rabieta infantil que aqueja a los vestigios de nuestro comunismo insepulto y del socialismo marxista todavía nostálgico, nos ha machacado tan tercamente con el «No a la guerra» que algunos han terminado por creer que estamos en la disyuntiva de elegir entre la guerra y la paz.

Nadie con el aparato de pensar en funcionamiento razonable y que no ande obnubilado con prejuicios de «guerra fría» puede ignorar, a estas alturas de la película, que esa no es la situación, sino la necesidad de asegurar la paz forzando al desarme y destrucción de instrumentos formidables de muerte en poder de Sadam Husein, dictador feroz sobre su pueblo, invasor de dos países vecinos en algo más de una década, incumplidor continuado de la legalidad internacional y que se permite el gesto chulángano de amenazarnos con el terrorismo de los suicidas adiestrados.

Es curioso que los que menos se han enterado de la película son las adorables, ingenuas, extrañas e imprevisibles gentes del cine. A los artistas se les debe perdonar cualquier gesto o jeribeque político aunque sea el de una pirueta grotesca. A los políticos, no. Y los socialistas españoles no se han mostrado en esta ocasión a la altura de las circunstancias. Lo digo con tristeza, porque todas las corvetas políticas son respetables, pero no tanto las que atentan contra la historia del propio partido, contra el deber y el interés de la Nación y contra la paz internacional que, para más inri, dicen defender. Y eso es lo que está haciendo el Partido Socialista bajo la inspiración de sus doctrinarios de hoy, Rodríguez Zapatero y Jesús Caldera.

No ya los grupos de la oposición consabida en estos trances (marxismos y nacionalismos) sino el socialismo, que debiera tener un sentido sólido del Estado, se zambulló de bruces en la demagogia y en la irresponsabilidad. Aznar debiera agradecérselo, porque los oradores, uno tras otro, se las iban poniendo al presidente del Gobierno como vulgarmente se dice que le ponían las carambolas a Fernando VII. Y naturalmente, Aznar, con tono sosegado, con pausa, moderación y algún repunte de ironía, fue haciendo las carambolas. Total, guerra, no, y este socialismo, tampoco.

ABC. 6 de febrero de 2003

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