Homenaje a Zapatero
EN décimas espiné-,
pero con versos capá-,
le quiero hacer un retrá-
a Rodríguez Zapaté-.
Sus dos cejas circunflé-
le dan aspecto diabó-,
pero sus azules ó-
lo disfrazan de angelí-,
de modo que su palmí-
se muestra contradictó-.
Sólo esto que aquí dejo llevaba yo escrito de mi retrato en décimas espinelas, que cualquier otro día habré de terminar si Dios es servido de ello y si los versos de cabo roto se me dan como hasta ahora, que me salen solos y como sin querer, cuando me picó la curiosidad de quién será el consejero, o quiénes serán los consejeros que metan al pobre Zapatero en esos berenjenales en medio de los cuales de vez en cuando aparece sin que sepa cómo ni acierte a salirse de ellos.
Y se me ocurre la maldad de imaginar que don Pablos Rinconete Guzmán de Rubalcaba y Alfarache le hace mozcorradas semejantes a las que Lazarillo de Tormes le hacía al malvado Ciego. Digo el Lazarillo clásico, porque el de Cela hacia pocas putadas a sus amos, si es que hizo alguna. Es curioso que a Cela, con ser como Cela era, le salió un Lázaro bondadoso y casi tierno, y las pellejadas se las gastaban a él mucho más que él a los otros del cuento.
Recordad aquel episodio del Lazarillo clásico en que el Ciego, habiéndole metido a Lázaro la nariz en la boca hasta el mismísimo galillo, le olió y le hizo devolver en la cara de su dueño la longaniza que le había robado. La paliza que le propinó el Ciego al muchacho ladrón fue de órdago, y cuando las buenas gentes del lugar se lo quitaron de las manos, las llevaba llenas de cabellos, y Lázaro mostraba las carnes cuajadas de moratones.
Llovía con fuerza de día después de llover toda la noche, y en la plaza de la villa donde estaban los dos, Ciego y Lazarillo, cada uno de ellos más cabrón que el otro, se había formado un regatillo o riachuelo que era necesario salvar, brincándolo, si no se quería meter en el agua los pies hasta los tobillos. Para vengarse de la azotaina, puso Lázaro al Ciego frente a un pilar de piedra que en la plaza había, y le animó a que saltara con ímpetu como para brincar por encima del arroyo sin mojarse. «¡Sus! Saltad cuanto podáis», dijo Lázaro, y el Ciego saltó con todas sus fuerzas, pero en vez de hallar una orilla seca, se abrió la sesera contra el pilar de piedra y quedó en el suelo sangrando.
Esa misma mozcorrada le ha hecho don Pablos Rinconete Guzmán de Rubalcaba y Alfarache a Rodríguez Zapaté- (me sale el verso de cabo roto hasta en la prosa) al incitarle a que se salte el Pacto Antiterrorista de un brinco para encontrarse en la paz con ETA. Mañana tendremos que curarle la molondra.
ABC. 15 de mayo de 2005
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