Piruetea el bufón
PARA definir con cierta exactitud a este irrisorio, grotesco y pintoresco personaje Carod-Rovira es necesario recurrir al insulto. Como yo no voy a utilizar ese recurso, me limitaré a afirmar que es un sujeto de difícil presentación. Vamos que resulta impresentable. Hay quien le llama «payaso», pero ese nombre no se compadece con su forma de hacer reír. El payaso es un ser tierno, entrañable, conmovedor y emocionante, que hace felices a los niños con bromas blancas e inocentes, bromas que no muestran crueldad, ni inquina ni falta de respeto, sino ingenuidad y humor inofensivo. Que más quisiera Carod-Rovira que ser un payaso.
No. A payaso no llega, y ni siquiera se acerca a «gracioso» de comedia mala de chistes gruesos. En todo caso, Carod-Rovira sería un hazmerreír bufonesco y ridículo, y encima, un bufón republicano en corte monárquica. En este punto podríamos dejar al personaje si no fuera porque sus bromas y sus veras tocan y hieren los más respetables sentimientos y las más sagradas creencias de los hombres. Como diría Rubén Darío, «piruetea el bufón», y sus piruetas de gilimursi son desdenes o chacotas de la bandera y de la patria, de la religión y hasta de la pasión de Jesús, como ha hecho ahora en Jerusalén choteándose de la corona de espinas, con Maragall asomado a la máquina de fotos para perpetuar la gracia.
Piruetea el bufón y desde su primera pirueta después de su elevación al taburete socialista del tripartito, aquella de la visita a Perpiñán llevando a cuestas la presidencia de la Generalitat, no ha dejado pasar tres días seguidos sin cachondearse de ideas o símbolos que los españoles tenemos conservados en lugares de amor o de respeto profundos. O sea, para decirlo con la voz del pueblo, el bufón no ha cesado de tocarnos las narices, que igual podría decir los cataplines, los bemoles, los compañones o las arracadas. Seguramente, en esa actitud hay un componente de torpeza y alocamiento, pero también hay una parte de provocación adrede, un deseo de desdeñar y zaherir aquello que otros respetan o adoran.
Las bufonadas que ha montado en su viaje a Israel no merecerían el comentario de una sola línea si no supusieran desprecio y burla, por un lado a la bandera de España, y por otro a un símbolo de la pasión de Cristo. El bufón ha logrado asombrar a sus anfitriones al abandonar un acto porque no estaba allí la bandera catalana y sí la española. Para este pelagatos, la bandera catalana no es una bandera española. Más adelante consiguió que el embajador de España retirara la bandera española de otro acto para que este mamacallos permaneciera allí. Joder, con el embajador. Y todo ello bajo las carcajadas de Maragall, que ya estaría con la trompa jerosimilitana. Y bajo las risotadas del séquito con viaje pagado con la contribución de los laboriosos catalanes. Y toda esta desgracia la compensa el bufón con media docena de votos indignos, que manchan y envilecen a quien de ellos se aprovecha.
ABC. 22 de mayo de 2005
Etiquetas: 2005, Carod-Rovira, Nacionalismo
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