Los esposados
En el amor, nos pasamos la vida descubriendo lo que ya está descubierto desde antes del Kamasutra. Dicen que el único placer que el hombre ha añadido a los que ya estaban inventados cuando se escribió la Biblia es la velocidad. Según observa Alvin Toffler, hemos pasado del paso de la caravana de camellos al avión supersónico y al cohete espacial. Ahora se ha puesto de moda hacer el amor, o sea, fornicar o encalomarse a la pareja (o al parejo) atándola o esposándola a los barrotes de la cama. «Átame», que diría Pedro Almodóvar. Aunque también a veces atan al maromo, a las que más atan son mujeres. La mujer, la pata quebrada y en casa, atada y, como dice algún político, si es sordomuda, mejor. No cabe duda, esto es Celtiberia.
Bueno, pues la costumbre erótica de atarse ha pasado a la política y por fin al fútbol. La gente se encadena delante de las sedes de las instituciones políticas, los Parlamentos, las presidencias, las cancillerías y todo eso, porque han convenido que esa es una forma de protestar, de protestar contra cualquier cosa, ahora, más que nada, contra la globalización, buena la hizo el filósofo con aquello de la «aldea global». Y además, la costumbre se ha trasladado al fútbol. En el partido entre culés y merengues, esa otra cumbre de Barcelona, salieron dos chorbos al campo y se esposaron al palo de la portería. Y allí se quedaron, con el partido interrumpido, hasta que los guardias pudieron abrir las esposas y arrastrarlos fuera del césped. Cuando se habla de fútbol, hay que decir mucho «el césped».
Hombre, que encima de todos los millones de aficionados, hinchas, forofos, tifosi y hooligans que hay por ahí, mundo adelante, y que viven encadenados eternamente al fútbol, vengan esos dos sujetos a dar más enérgico ejemplo de encadenamiento, me parece excesivo. Eso del fútbol está bien. Al fin y al cabo, el fútbol es el opio del pueblo, y la gente, mientras habla y discute de fútbol, no habla de guerra, de política o del niño de Norma Duval. Y si no fuera por el fútbol, a ver qué sería, no ya de Makelele, verbigracia, y también de Joan Gaspart o de Ruiz de Lopera. Pero encadenarse a las porterías es demasié. Basta con que tengan un abono para el Fondo Sur.
Y pregunto yo. ¿Por qué los desencadenaron? Podrían haberlos dejado allí y que hubiesen cumplido su vocación de poste. Es posible que se hubieran llevado algún pelotazo, pero al que algo quiere algo le cuesta, y no es posible pescar peces a bragas enjutas. Al final de la temporada, esos chorbos con vocación de poste estarían convertido en atlantes y las chorbas, si las hubiere, en cariátides, y ya tendríamos unas cuantas esculturas vivientes, que están tan de moda en las exposiciones de arte.
ABC. 18 de marzo de 2002
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